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Nadie sabe que estoy aquí
Autoexilio como freno de la rabia

Vivir una vida entera pensando en lo que pudo ser. Nadie sabe que estoy aquí evidencia la sensibilidad más profunda de un personaje inexpresivo, retirado del mundo y traído nuevamente a la vida. Un prometedor comienzo para una nueva e interesante voz del cine chileno, Gaspar Antillo.

Nadie sabe que estoy aquí afiche

La ópera prima de Gaspar Antillo, Nadie sabe que estoy aquí, se estrenó el pasado junio en medio de la crisis mundial generada a partir de la propagación del virus COVID-19. Una película acerca del aislamiento y las historias que no son contadas, ad hoc al escenario de reclusión y encierro en que nos encontrábamos y en el que muchos nos encontramos hasta hoy.  

Nadie sabe que estoy aquí es la primera cinta chilena original de Netflix. Fue producida por la productora Fabula —a cargo de Pablo y Juan de Dios Larraín— y tiene el mérito de ganar el Best New director en el Festival de Tribeca. El elenco está integrado por el actor de Lost, Jorge García y los chilenos Luis Gnecco, Millaray Lobos y Alejandro Goic.

Memo Garrida mirando con curiosidad a visitantes que llegan a la isla
Jorge García

El talento no es suficiente

Nadie sabe que estoy aquí se adentra en la vida de Memo Garrido (García), un joven de treinta y tantos que alguna vez fue un artista infantil en la industria musical latina de principios de los 90. Décadas después, vive recluido en el sur de Chile, soñando despierto con una aspiración que lo acompañó toda su vida: el sueño de ser una estrella pop.

Pero como ya es sabido, la fama no siempre depende del talento y en este caso, a pesar de la angelical voz, no contaba con el físico de atractivo hegemónico.

Por consecuencia, ya adulto, apenas se comunica con el mundo exterior, pasando sus días en el extremo sur de Chile acompañado de su ermitaño tío (Gnecco).

Es entonces que tiene lugar la inesperada aparición de Marta (Lobos), una mujer que cambia su mundo para siempre y lo obliga a enfrentar el oscuro incidente que destruyó su carrera.

Nadie sabe que estoy aquí, es un relato que evidencia además la explotación adolescente de la época de los ochenta, en un Latinoamérica rodeada de concursos televisivos que apuntaban al éxito de jóvenes aspirantes a la fama, y que para Memo solo se convirtió en desgaste y frustración.

Memo García de pie junto a los botes que lo llevan hacia Llanquihue
Jorge García

Relaciones tóxicas o constructivas

En un mundo rodeado de personas, siempre hay algunos que se toman atribuciones y buscan hacer algo. Lo que sea. Para Memo, quien sentía el juicio social de frente a una injusticia que lo perseguía desde temprana edad, el contacto humano principal era su tío, un hombre solitario, que para bien o mal, era el perfecto complemento para adecuarse aún más al silencio.

Luego venía su padre (Goic) quien aparece en circunstancias que es mejor no spoilear, pero que hace evidente la falta de entereza paternal, un hombre ensimismado que falló en el cuidado de su propio descendiente.

Pero cuando todo parecía perdido surge Marta, quien luego de tanta espera, es la fuerza que ilumina a Memo. En Nadie sabe que estoy aquí, ella es la luz de justicia, la que de alguna manera u otra lo ayuda a redimirse, la que le devuelve la esperanza en la humanidad.

Marta y Memo se graban en el celular cantando
Millaray Lobos y Jorge García

El silencio como sanación

Mucho se ha oído respecto al ritmo de la película. Algunas críticas giran entorno al largo de los planos y las pocas acciones en una escena. Sin embargo, a mi juicio, no había otra forma de contar esto.

Las repercusiones de un pasado con el que aún no se ha hecho las pases generan que el protagonista sea estático, que no avance en su vida. De la misma forma la cámara que lo acompaña lo espera sin prisa.

El pasar de Memo en Nadie sabe que estoy aquí es lento. Vive en una continua atmósfera de silencio que se potencia con la soledad del extremo sur y el evidente frío de la zona. Además, la naturaleza y su follaje actúan como refugio, una protección frente a las heridas, trazando una clara idea de volverse hacia su propio interior, al origen.

Nadie sabe que estoy aquí, comienza con flashbacks a través de imágenes capturadas con una handy cam que presentan las memorias más ocultas de Memo, los momentos que definieron su futuro. Excéntricos colores y escenografías llenas de brillo que al igual que él, estaban repletas de vida.

Siendo adulto, las escenas son más bien oscuras, con luz aparentemente natural proveniente de las ventanas de la antigua casa. No hay focos, no hay motivos para brillar.

Memo y su tío mientras trabajan
Luis Gnecco y Jorge García

El mundo entero sabe que estas aquí

Ya ha quedado claro que Memo vive oculto. Que dejó de creer en si mismo y no quiere volver a ser visto. No obstante, Antillo se encarga de dar un giro al protagonista a través del resurgimiento de la pasada estrella.

Marta logra colgar en internet un video de ella junto a Memo, y ahí comienza el desorden. La delicada relación de Memo con las cámaras sacude la cinta y lo pone en la palestra. Nadie sabe que estoy aquí se convierte en “el mundo entero sabe que estas aquí”, con la aparición de cámaras de televisión, celulares y alta mención de Youtube.

La gente quiere verlo; la gente quiere observar a alguien que solo quiere ser invisible. Y bueno, él no puede escapar de ese destino que lo espera, para socavarlo más o darle una nueva oportunidad.

Memo debe volver a enfrentarse a los medios, a su imagen y darle vida a su propia voz. Memo debe volver al lugar que lo vio morir.

¿Dónde ver Nadie sabe que estoy aquí?

Nadie sabe que estoy aquí se encuentra disponible en Netflix.