La vida ante sí, en Netflix, trae de vuelta a Sophia Loren, presenta a un talentoso pequeño actor y emociona como esos filmes italianos de posguerra.
Ya lo había adelantado en la autobiografía que sacó en 2014: Sophia Loren no piensa retirarse de la pantalla. Su hijo, Edoardo Ponti, siempre la ha apoyado y ahora la dirige en La vida ante sí (La vita davanti a sé, en italiano, o The life ahead, en ingles), cinta de Netflixdonde la diva eterna del cine italiano se luce a sus 86 años.
El filme es un remake del clásico Madame Rosa, la historia de una sobreviviente del Holocausto llevada por primera vez a la pantalla en 1977, con Simone Signoret en el rol estelar.
Si esa vez la actriz francesa fue el gran gancho de la película, esta vez hay que ver La vida ante sí por Loren, aunque a veces se note cansada y un poco perdida, como su personaje.
La vieja “chora” y el niño huérfano
Madame Rosa (Sophia Loren) es una prostituta jubilada que se dedica a cuidar a los niños de otras trabajadoras sexuales con las que convive en un barrio humilde.
Basada en la novela del escritor judío-lituano Romain Gary, narra el encuentro de Rosa con Momo, un chico senegalés que sueña que su madre muerta se ha transformado en una leona que lo protege de todo peligro.
Es en ese pequeño actor, llamado Ibrahima Gueye, que Loren encuentra el contrapunto que le permite lucimiento propio y en dupla, cuando ella y el niño explotan en humanidad y emoción en escenas tiernas y desgarradoras, en iguales dosis.
Es en esos cuadros en que trabajan juntos que la diva brilla, con la voz imponente que no ha perdido y el desparpajo pícaro de una mujer cuya imagen encarna al cine italiano de la posguerra.
Ya se dijo: La vida ante sí fue dirigida por el hijo de la Loren, Edoardo Pont. Un director que no encuentra aún su lugar, aunque este filme sea un intento más que decoroso.
Emociones sencillas
El guion resulta a ratos demasiado ramplón y manipulador, emocionalmente hablando. En la novela original de Gary (y en la película de 1977), Momo es un muchacho normal que aquí se transforma en vendedor de drogas, lo que cambia el foco dramático: pasa de contar una historia de crecimiento personal a ser un melodrama en que luchan el bien (madame Rosa) y el mal (el narco que contrata a Momo).
De todas formas, gracias al guion original, a la legendaria actriz protagónica y a la extraordinaria actuación del joven Ibrahima Gueye, Ponti construye una historia que puede ser azucarada para algunos, pero que igual termina conmoviendo y seduciendo a quienes la ven.
Eso pasa sobre todo cuando Sophia Loren y el chico se unen en pantalla y hacen recordar ese cine que se produjo en Italia después de la II Guerra Mundial. Ese neorrealismo que nos legó cintas inolvidables, dirigidas por maestros como Roberto Rossellini, Luchino Visconti y Vittorio De Sica.
No será ésta la mejor película del año, pero emociona con un relato sencillo, trae de vuelta a la gran diva italiana y presenta a un niño/actor que debiera dar mucho qué hablar en los próximos años. No es poco.