Lazzaro Felice nos sitúa en los ojos de un joven inocente para reflexionar sobre el deterioro de las interacciones humanas, y cómo la bondad es una cualidad que aún persevera.
Hablar de Lazzaro Felice, la más reciente película de la directora italiana Alice Rohrwacher, supone evitar convenciones. Porque la misma cinta lo hace. Supone alejarse de la narrativa y detenerse a observar un espacio, a desglosar simbolismos y reflexionar respecto a posturas ideológicas y cualidades humanas.
La historia, sin embargo, existe. En un campo italiano situado donde el tiempo no pareciese pasar, existe una comunidad de trabajadores dedicados al tabaco. Son familias que se esfuerzan bajo el sol y desempeñan arduos trabajos físicos. Viven aislados y son explotados por la llamada Reina de los Cigarrillos, una mujer que no les paga y les oculta sus derechos.
Entre ellos, está Lazzaro (Adriano Tardiolo). Es un inocente joven bonachón que ayuda a los demás con sus tareas, llevándose siempre el trabajo más pesado. Obedece, no se queja, ni parece molestarle la situación.
La postura de Lazzaro es la de la lealtad, la de la bondad, la de la eterna disposición. Y la película contrapone esta postura a distintas situaciones, sin ponerla a prueba, sino mas bien irguiéndola como una verdad casi inquebrantable: el bien ante lo desfavorable, el bien ante la adversidad, el bien ante todo.
Explotación, marginación, magia
A lo largo de la película, Lazzaro se rodea de personajes corruptos o tramposos, que intentan sacarle la vuelta a la vida, tanto por codicia como por necesidad. Si al principio este vicio toma la forma de un joven con quien traba una poco convencional relación, luego lo ve en la gente que consideraba su familia y después incluso en desconocidos desconfiados.
Cuando la película se traslada a la ciudad, se hace un contraste entre esta y el campo. El mal ya no existe en los lobos, los villanos y los mitos, sino que la putrefacción se cuela por cada calle e interacción moderna.
Los antiguos compañeros de trabajo de Lazzaro ahora han sido trasladados a un lugar en el que difícilmente pueden sobrevivir y, marginados de la sociedad, se dedican a pequeños crímenes. La película se detiene en todos los pequeños gestos, interacciones y momentos en que alguien puede o no seguir el camino de la honradez.
Aquí Lazzaro Felice plantea la pregunta sobre cómo hacer lo correcto cuando nadie más lo está haciendo. Lazzaro es más un símbolo que un personaje, una presencia casi mística que simboliza la inocencia o la bondad. Es incorruptible. Pero es también testigo de que nada a su alrededor lo es. ¿Se puede existir de esta forma hoy en día?
Un tributo y llamado a la bondad
La obra de Rohrwacher es finalmente algo escaso, valioso y digno de proteger. Porque contiene el potencial de hacernos preguntas esenciales que en una sociedad exitista y despiadada parecemos obviar. ¿Tenemos que seguir compitiendo? Si es el miedo a que otros se nos adelanten lo que nos obliga a adelantarnos primero, ¿no somos los perpetradores del problema? ¿Estamos a tiempo de cambiar?
La felicidad de Lazzaro radica en una simpleza infantil, una naturaleza gentil que tenemos que dejar de confundir con ingenuidad. Es esa cualidad básica y humana de querer el bien para el resto. Esa que ya muchos perdimos al tener que endurecernos para enfrentarnos al mal llamado mundo real.
Y lo que plantea la película, con melancolía, humor y belleza, es que es posible recuperarla. Que no es fácil, que quizás ya nos alejamos demasiado, que tenemos todo en contra, pero que aún existe esta cualidad en algunos individuos, por más mágicos que nos parezcan.