La historia de una mano que deambula buscando su dueño se mezcla con la de la persona que la perdió, en una melancólica mirada a la soledad.
En Perdí mi Cuerpo, una mano se arrastra por el suelo con la ayuda de sus dedos. No está unida a nada, pero tiene autonomía, instintos de supervivencia y, al parecer, un objetivo. No sabemos a donde va, pero se está moviendo.
Los recuerdos de infancia de un joven dan cuenta melancólicamente de años mejores. Familia, paseos, vacaciones. Naofuel ya creció y cambió Marruecos por Francia, pero recuerda estos momentos como los más felices de su vida.
Ambas historias se van trenzando mientras avanzan lentamente, sin que entendamos ni nos importe mucho su conexión. Con la ayuda de un guion muy poco explícito, lo que se presenta en Perdí mi cuerpo es más un recorrido visual. Una serie de acciones que configuran una historia que recién el final se extiende por completo. Clara, triste e inspiradora.
El cuerpo perdido
Naouf es un repartidor de pizza huérfano que vive con su tío y primo. Tienen una relación distante y su vida no parece tener dicha o propósito. El joven merodea, cumpliendo sus deberes sin mayor propósito hasta que un día le toca ir a dejar un pedido a una joven llamada Gabrielle.
Hablan por el citófono, al principio como en una comedia de errores, coordinando la entrega de la pizza. Luego, se vuelve un poco más íntimo que eso. Nunca se ven, pero algo cambió para el joven. Esa pequeña conexión lleva a Naouf a interesarse por la chica, buscarla en su trabajo y seguirla hasta entablar una relación, nunca admitiendo la verdad de su primer encuentro.
Por mientras, la mano avanza en una serie de aventuras. Sale a la caótica metrópolis. Cae a un basurero y tiene que evitar ser llevada por el camión de la basura. Pelea con unas ratas en el metro, llega a la casa de unos desconocidos y sigue buscando a su antiguo dueño.
Un poema visual
La historia de Naoufel y cómo llegó a perder su mano es melancólica y triste, no solo por los contenidos de esta sino por su tratamiento visual.
Mezclando animación 3D, 2D y rotoscopia, el resultado de Perdí mi cuerpo es una película casi puramente visual, bidimensional que simula movimientos de cámara y cambios de foco para retratar un París solitario aunque esté lleno de gente.
La dirección aquí es principalmente importante, ya que al contar con poco diálogo y tener situaciones tan sencillas, el peso del mensaje y la potencia de la experiencia recae en lo que vemos.
La apuesta de Perdí mi cuerpo, acertadamente, es hacer que todo sea táctil, que las cosas se sientan. Que escenas se intercalen con otras a través de un montaje guiado más que nada por el ritmo de la banda sonora electrónica de Dan Levy y el leitmotiv de las manos que unen la historia.
Se crea mucha más empatía de la que se imaginaría posible con una simple mano desmembrada (quizás más que con el introvertido Naouf) y se empiezan a hacer más claros los temas que simboliza el desmembramiento: la soledad y aislamiento, la necesidad de conectar, el encontrar en los pequeños logros un sentido que se extiende para el resto de la vida.
¿Dónde ver Perdí mi cuerpo?
La película, que ganó el premio de la Semana de la Crítica en Cannes y estuvo nominada al Oscar, fue adquirida por Netflix, que la tiene disponible en su catálogo actualmente.