Buffy la Cazavampiros parte como la quizás ridícula historia de una chica superficial que caza demonios. Con el paso de las temporadas, se convierte en mucho más que eso.
Las primeras temporadas de Buffy la Cazavampiros eran tan ligeras y absurdas como su título podría indicar: una colegiala rubia de California con nombre ridículo que fue elegida por entes superiores tiene que derrotar a las fuerzas del mal.
Y es que Buffy (Sarah Michelle Gellar) vive en Sunnydale, una de las bocas del infierno que hay en la tierra, por la que escapan demonios, vampiros y otros seres oscuros que causan terror y que ella debe vencer con la ayuda de sus amigos.
Capítulo a capítulo, la ridícula premisa juntaba misticismo y elaboradas pero acartonadas secuencias de acción con dilemas adolescentes. Buffy se debatía sobre salir con algún chico del colegio y por la noche clavaba estacas en corazones de muertos vivientes. Era tonto, pero la serie no se tomaba muy en serio y lo pasaba bien con su extraña historia.
No solo eso, sino que sus diálogos eran rápidos e ingeniosos, y las interacciones entre sus personajes eran mucho más perspicaces de lo que tenían que ser. Poco a poco, la serie iba abrazando su sarcástica naturaleza, haciendo paralelos entre lo sobrenatural y lo cotidiano y explorando los confines de su género para abordar distintos temas.
Buffy crece y los problemas se complejizan
Así pasó. Buffy la Cazavampiros fue agarrando más confianza y a utilizar sus elementos fantásticos como metáforas para ponerse progresivamente más realista y existencial.
Un día llegaban demonios que le quitaban la voz a cada miembro de la ciudad y la serie lo ocupaba como excusa para explicar la incomunicación entre sus personajes y, de pasada, hacer un capítulo completo en silencio; Buffy se enamora de un chico malo (en este caso un vampiro, por supuesto) y entendemos las dinámicas de una relación tóxica hasta que ella tiene que, literalmente, acabarlo; Un hechizo hace que el pueblo completo baile y cante y de repente tenemos un capítulo musical que aborda las consecuencias de lo que los personajes se cuentan cuando no hay filtros.
El buffyverso se expandía y las cosas se profundizaban más de lo que se esperaba al principio. Cuando Buffy revive por segunda vez (sí), la serie lidia con la depresión de estar vivo cuando no se quiere estarlo.
La magia descontrolada es una metáfora de la adicción y la brujería, del lesbianismo. La protagonista tiene que ver a sus cercanos avanzar con sus vidas mientras ella resiente estar atascada peleando con vampiros porque alguien más así lo decidió.
Y, cuando matar demonios ya empieza a ser un chiste, la serie mata a un personaje importante, y al resto no le queda más que lidiar indefensos con la idea de la muerte como nunca antes la habían concebido. El resultado es considerado uno de los mejores capítulos de la historia de la televisión.
Un anómalo hito televisivo
Las cosas con Buffy llegaron mucho más lejos de lo que era necesario, gracias principalmente a la imaginación de su creador. Joss Whedon decidió tomarse en serio la ridícula premisa que tenía en sus manos para expandirla y abarcar todo lo posible temáticamente, extendiéndose incluso a aventurar en dilemas existenciales y el sentido de la vida.
Todo, mientras jugueteaba con su forma aprovechando la mezcla de géneros, un pastiche que incluía terror, comedia, acción y drama adolescente.
Contra todo pronóstico, aquella fue la receta para crear una de las series icónicas de los 90s, que conmovió a millones de devotos fans e incluso generó cursos universitarios que se dedicaran a estudiar su universo.
Buffy la Cazavampiros era curiosa y diferente, algo que en papel jamás hubiese funcionado pero que la gente estaba deseosa de ver. Y ese fue el remate: al igual que el personaje, la serie resultó ser mucho más que la californiana rubia con nombre tonto que uno cree que conoce a primera vista.
¿Dónde ver Buffy la Cazavampiros?
Las siete temporadas de Buffy están en Amazon Prime Video. Nunca es demasiado tarde para verla.