Pese a su éxito mundial, Élite es una producción que carece de profundidad. Al contrario, exacerba la superficialidad de la alta alcurnia española, coqueteando vagamente con el género de crimen dentro de un melodrama juvenil.
Lujo despampanante. Drogas y sexo a la vuelta de la esquina. Un asesinato. No, no estoy hablando de alguna película de Guy Ritchieo de algún misterio de la escritora Agatha Christie. Me refiero a uno de los últimos éxitos de Netflix, Élite, producción española que le dio un gran vuelco a los dramas juveniles de la TV.
En 2018, la plataforma de streaming lanzó el primer ciclo de esta serie que cuenta la historia de un diverso grupo de estudiantes que se enfrenta a un misterioso crimen. Con el repetido recurso –que hizo tan famoso a Lost– de los flashbacks y flashforwards, la ficción va tratando de armar un puzzle que comenzó a complicarse con la llegada de tres nuevos alumnos.
Pero nada en Élite es normal. Los hechos, usualmente, suceden en los pasillos de Las Encinas, un colegio de lujo con el que pocos podríamos llegar a relacionarnos. A él llegan Christian Varela (Miguel Herrán), Nadia Shanaa (Mina El Hammani) y Samuel García (Itzan Escamilla). El trío es becado, luego de que su escuela fuera destruida por un derrumbe.
Así es como Samuel comienza a desenvolverse en un mundo superficial, lleno de lujos y competencias; de prejuicios e inseguridades. Aun así, el humilde estudiante crea un vínculo con una de las “nativas” del lugar, Marina Nunier (María Pedraza), lo que provoca el recelo de varios sus compañeros.
El relato teen
Si bien Élite consiguió el reconocimiento internacional y su rápida expansión, que hoy la tiene desarrollando su cuarta temporada, no hay rareza en la fórmula de su éxito. Ya lo habíamos visto en series como The O.C., Gossip Girl o incluso en la argentina Rebelde Way, donde el universo de niños ricos viviendo vidas insuperables es la premisa principal de sus guiones.
Sin embargo, acá el salto fue más rápido gracias al casting, abarrotado de figuras llamativas que impulsaron a un fanaticada fuera de la pantalla. Rostros como Arón Piper, Omar Ayuso y la deslumbrante Ester Expósitohan cautivado más con su belleza y estilo, que con su talento (hay que decirlo).
Pero pese a que el sabor a relato teen está a flor de piel, en Élite se les va un poco de las manos la representación realista de lo que significa ser adolescente. Más allá de si son jóvenes millonarios o no, es muy difícil identificarse con los personajes y con las dinámicas que se desarrollan entre ellos y con los adultos de la serie.
Placer culpable
Si bien me puedo poner a enumerar las cosas que hacen de Élite una serie un tanto mediocre, no puedo negar que, pese a sus falencias, logra cautivar. Y es que si te dejas llevar por la superficialidad que la misma serie representa, es fácil seguir el hilo de su trama y engancharte del misterio que supone el crimen que da pie a la historia.
Si la belleza de sus protagonistas no es suficiente, la ficción recae en tratar temas ultra visitados en otros programas como la sexualidad, el consumo de drogas, incluso el VIH de una manera un tanto forzada.
Élite es una producción que solo busca generarnos placer. No hay profundidad en los personajes, las actuaciones dejan mucho que desear y algunos subtramas parecen ser más interesantes que el principal. Sin embargo, es suficiente. O eso, al menos, lo es para la audiencia que como respuesta le concedió el éxito.
La tercera temporada de la serie se estrenó este año y ya se trabaja en un cuarto ciclo. Parece que el mundo de niños ricos y mimados todavía tiene mucho que contarnos, incluso cuando no nos interese, pero ahí estaremos, adictos al lujo y a lo improbable.